miércoles, 17 de agosto de 2011

Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos. Prov 23:26.

Lo único que verdaderamente nos pertenece es nuestro corazón, nuestro ser; y es lo que Dios solicita que le entreguemos, es tan sencillo pero a la vez tan dificil de hacer, pues allí es donde manejamos nuestra vida, intereses, deseos, pasiones y todo un cúmulo de cosas que a la verdad solo cada uno conoce; Dios no desea conquistarnos, desea que disfrutemos de su deleite, por medio de la rendición; el primer paso al regocijo es suplicando su ayuda, es arrepentirnos de todo corazón y reconocer que somos incapaces de agradarle por nuestros propios medios.
Solo un dios endeble se compra con diezmos; solo un dios egoísta se gozaría con nuestro sufrimiento; solo un dios sin corazón vendería la salvación al que más pudiera ofrecerle.
Pero solamente un gran DIOS hace por sus hijos lo que ellos por sí solos no pueden hacer.
Si queremos experimentar el secreto de Dios debemos declararnos en bancarrota espiritual, ser conscientes de nuestras debilidades y pobreza espiritual, saber que nuestras opciones han desaparecido, y lo más importante: dejar de demandar justicia; para vivir suplicando de Él misericordia, para poder ser ejemplo para todos aquellos que necesitan del amor de Dios, recordemos que hay una gran nube de testigos a nuestro derredor pendientes de cómo vivimos la vida, y no se trata de cuánto oramos o leemos la Biblia y demás prácticas, pues de ellas debemos dar cuenta al Señor, se trata de cuán misericordiosos somos; no intentemos curar el quebrantamiento de los abatidos con palabras lisonjeras de paz, cuando no hay paz en nuestros corazones, el bálsamo y la medicina están en el secreto de Dios, pero allí solo llegan quienes están dispuestos a quebrar su corazón y rendirlo ante su voluntad, para que sea lleno de su olor fragante y de su sanidad.


Inspirado en un texto de Max Lucado.

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